Publicado el 7 de septiembre de 2021

Una explicación a la inflación energética

Los precios de la energía continúan su escalada al tiempo que se producen efectos inflacionistas en el suministro de materias primas. Álvaro Nadal, exministro de Energía, Turismo y Agenda Digital de España, nos aporta su visión a esta crisis que ya tiene consecuencias en la subida de la inflación. La realidad nunca deja de sorprendernos. […]

Los precios de la energía continúan su escalada al tiempo que se producen efectos inflacionistas en el suministro de materias primas. Álvaro Nadal, exministro de Energía, Turismo y Agenda Digital de España, nos aporta su visión a esta crisis que ya tiene consecuencias en la subida de la inflación.

La realidad nunca deja de sorprendernos. Hace año y medio, cuando se tomaban las primeras medidas sanitarias contra la pandemia y se valoraban los distintos escenarios futuros, ningún informe de previsión económica, o al menos ninguno de los más difundidos, contemplaba los efectos que el COVID-19 iba a ocasionar en los mercados de energía.

Sin embargo, la interacción entre los efectos económicos de la enfermedad y los precios de los productos energéticos ha sido muy nítida, con una correlación muy clara entre el número de contagios y muertes, los avances de la vacunación con la evolución de la actividad económica, y, un descenso primero, y crecimiento espectacular después, de los precios de los diferentes productos energéticos.

Así, en la primavera de 2020, el precio mayorista de la electricidad en España se desplomó por debajo de los 18 €/Mwh frente a los 47 € del año 2019. El litro de gasolina 95 se situaba en 1,07€ frente a 1,21 € en año anterior, con el precio del barril de petróleo a 22$ (57 $ en 2019). Y el gas se ponía por debajo de los 5 €/Mwh muy inferior a los 14 € de 2019. A partir de ese momento, y poco a poco los mercados fueron volviendo a la normalidad. A finales de 2020 la electricidad marcaba 42 €/Mwh, la gasolina en 1,22 €, el barril a 55$ y el gas, pasado el invierno, en 18 €, más en línea con un año normal.

Y hasta aquí, lo que todo el mudo esperaba: pasados los efectos más duros de la pandemia, tanto la actividad económica, como el empleo y, por supuesto, los precios de la energía se estaban recuperando a niveles considerados como “normales”. La sorpresa ha venido a partir de entonces. La galopada de precios desde esta primavera y sobre todo a lo largo del verano ha sido muy intensa. El precio mayorista de la electricidad ha llegado a superar los 130 €/Mwh, el barril de petróleo ronda los 73,52 $, el litro de gasolina se sitúa en el entorno de 1,40 € y el precio del gas en España llega a los 45 dolares/Mwh. Son precios que aumentan entre vez y media y tres veces en lo que llevamos de año.

Cuando ocurren fenómenos inesperados como éste, surgen todo tipo de explicaciones, trataré de exponer las mías de la forma más precisa y objetiva posible.

En primer lugar, todos sabemos que los precios, en una economía de mercado, no son ni más ni menos que señales de escasez. Es decir, cuando los precios están subiendo, y más aún de la manera que lo están haciendo, lo que sabemos es que faltan fuentes de energía. O, lo que es lo mismo, hay más demanda de energía que posibilidad de producirla y venderla.

La pregunta interesante es: ¿por qué antes de la pandemia no había tanta escasez y ahora sí? La respuesta reside en una serie de elementos que ha influido en la oferta, reduciéndola y en la demanda, aumentándola y haciéndola más selectiva.

La demanda de energía ha aumentado mucho más de lo esperado por la fuerte recuperación de las economías asiáticas, mucho más vigorosa que incluso la americana, y la concentración de la demanda energética tanto occidental como asiática en un producto concreto: el gas.

Pero quizás, el origen principal de la escasez de energía está en la falta de oferta. La fuerte depresión de los precios en la primavera de 2020 llevó al cierre de muchas explotaciones energéticas, especialmente de petróleo e hidrocarburos que no eran rentables con precios tan bajos, y paró en seco todos los proyectos de inversión en nuevas plantas de producción. Esto fue especialmente verdad en el caso de los hidrocarburos (gas y petróleo) y todavía más en el caso de las producciones de esquisto (el famoso “fracking”).

Además, en el caso de Europa, toda la energía emisora de C02, carbón, petróleo y gas, tiene que pagar derechos de emisión. El mercado de derechos de emisión de C02 es un mercado muy intervenido en el que en la práctica el precio lo fija la Comisión Europea, bien directamente retirando derechos del mercado o bien indirectamente mediante anuncios de objetivos de precio que son tomados muy en serio por los agentes del mercado. El precio de los derechos de emisión se ha duplicado desde el comienzo de la pandemia. La Comisión Europea, pues, ha mantenido e incluso intensificado su política de precios altos de los derechos incluso en los peores momentos de la pandemia.

Los precios de los derechos más altos afectan a todos los sectores emisores, pero especialmente a la electricidad. Por un lado, produce cambios en la composición del mix energético, penalizando a las fuentes más emisoras, como en el caso del carbón que es una alternativa al gas, hasta sacarlas del mercado. Y, por otro lado, encareciendo a las que permanecen, como el gas o el fuel en las plantas de Canarias.

Pero, además, hay que tener en cuenta que al contrario que los hidrocarburos, la electricidad no se puede almacenar. Es un problema tecnológico y económico todavía no resuelto. Por eso, se ha de producir en cada momento lo que se consume. Si no hay suficiente energía no emisora (nuclear, hidroeléctrica y renovable) hay que producir con gas. En este verano, estamos teniendo una situación continua de falta de viento (y sol por la noche, claro).

Si el precio de la materia prima (el gas) se dispara (duplicado en lo que va de año) y los derechos de C02 que conllevan también, el precio se incrementa extraordinariamente. Y no solo el de la que se produce con gas, sin todos los megavatios hora generados en ese momento, porque el mercado es el mismo, cada megavatio hora es idéntico que otro (se produzca como se produzca) y se venden al mismo precio.

Un elemento adicional a los anteriores es la posición estratégica de los países productores de gas respecto a Europa. Dado que el gas es la única fuente que hoy permite cubrir el hueco térmico (diferencia entre la demanda y la producción no emisora de electricidad), los países productores más cercanos a nosotros (y con gas más barato porque sus bajos costes de transporte) presionan aún más los precios al alza, sabiendo que nuestros sistemas no tienen alternativa.

Así pues, el precio mayorista de la electricidad (más o menos la tercera parte del recibo) se ha encarecido por la pérdida de capacidad de producción durante la pandemia (algo que la Agencia Internacional de la Energía estima que se recuperará en unos dos años), por la recuperación económica de Asia y el resto de las economías, por concentrar la demanda en el gas (ya que otras alternativas están siendo excluidas por las políticas de lucha contra el cambio climático) y por el incremento extraordinario de los precios de los derechos de emisión.

En el momento actual se aboga por soluciones de todo tipo a corto plazo, en mi opinión no demasiado acertadas, y en muchos casos rozando la demagogia. Ninguna resolverá el problema si no disminuye la escasez (a lo que ayudará el cambio meteorológico del otoño con más viento y menos uso de energía), y para ello necesitamos siempre más eficiencia en el uso de la energía y sobre todo más opciones y flexibilidad de nuestro sistema para momentos como este, puntuales y de mucha tensión, sin dogmatismos ideológicos ni presiones de los grupos de interés que más se benefician de la actual situación y siempre buscando apoyar la competitividad de las empresas y un coste asumible para las economías domésticas.

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